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Cuidar el Corazón y la Mente

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La importancia de re-significar y cuidar nuestra afectividad en la vejez

Para cuidar el corazón y la mente es importante poder tener herramientas para re-constituir, sostener y cuidar la dimensión afectiva y emocional de la persona. Ya que la salud emocional es de vital importancia  para lograr armonía, equilibrio y calidad de vida.

No obstante, no siempre se les dedica el tiempo de aprendizaje necesario a las emociones y sentimientos a fin de poder conocer cómo superar situaciones de malestar, dolor y sufrimiento.

De esta forma podemos llegar a la vejez sin haber podido superar situaciones que sabotean nuestro propio bienestar, por no tener las herramientas para resolverlas. También deberíamos considerar no esperar las dificultades para comenzar a prepararnos a fin de dar y recibir afecto.

Consideramos que siempre es oportuno fortalecer nuestra capacidad para resolver problemas vinculados con las emociones y los sentimientos. Porque conocer y aprender sobre ellos puede convertirse en un proceso reconstitutivo  y de enriquecimiento para nosotros y para quienes no rodean.

Por dónde empezar? Consideramos que se pude iniciar

  1. Reconstruyendo el origen de nuestro modo de vivir las relaciones afectivas y las relaciones vitales en las que se constituyeron.
  2. Por otro lado asumir la tarea de dilucidar aquellas cuestiones que no reconocemos como problemas o como necesidades y que se vinculan con nuestras emociones y sentimientos.
  3. Y en una tercera instancia asumir la tarea de reconocer que siempre podemos involucrarnos para aprender a elaborar una respuesta propia a una necesidad o un problema afectivo.

Esto nos permitirá prepararnos para tener relaciones afectivas maduras, que aporten y resuelvan posibles respuestas a una falsa idea cultural que se reproduce en la sociedad que refiere que el alcanzar la vejez significa ser personas necesitadas y carentes de afectos: donde carente significa ser una persona sin recursos afectivos para el crecimiento, el desarrollo y la inclusión plena en un grupo social, cuando en realidad las necesidades afectivas nos pueden atravesar en todas las etapas de la vida.

El origen de nuestro modo de vivir las relaciones afectivas

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Compartimos con Laura Gutman cuando dice que “es sabido que los seres humanos entramos a la vida social a través del cuerpo de nuestra madre, quien nos ha alimentado y cobijado durante la vida intrauterina y luego continuará durante los primeros años de la vida extrauterina.

Y que esta primera experiencia de ser alimentados y cobijados, como si fuese un único movimiento,  es una fuerza poderosa para la constitución de la psique, a punto tal que marcará a fuego toda la evolución del individuo.

La madre da sustancia, solidez a lo  físico y emocional. Reconocer, en la adultez, lo que hemos recibido de ella es una tarea y parte del crecimiento personal para tener una afectividad e identidad integrada. A través de ella encontramos la forma de vivir y convivir.Lo que la figura de madre ha “enseñado” con su forma de alimentar, cuidar, proteger o de abandonar, es lo que se va a “revivir” en todas las áreas de nuestra vida.

Eso que hemos vivido con ella se convierte para siempre en una experiencia “conocida” que nos da seguridad. “La sensación de seguridad” es una certeza que cada individuo puede decodificar cuando se presenta. La “seguridad” varía mucho entre una persona y otra. Ahora bien, ¿todo depende de la madre real que hemos tenido en suerte? En parte si y en parte depende de la misteriosa trama que cada individuo trae consigo.

De hecho, cada hermano puede “vivenciar” una madre diferente aunque se trate de la misma mujer. No solo depende de lo que la mujer “haga” en el vínculo con cada niño sino como cada niño “vivencie” este modo de vincularse.

Así iremos repitiendo a lo largo de las experiencias vinculares que tendremos toda la vida, situaciones “parecidas” a las cualidades del vínculo materno, sintiéndolas “conocidas”, por lo tanto “seguras” aunque objetivamente sean experiencias dolorosas.

Reconocer nuestra modalidad vincular, nos da pistas sobre la madre que hemos sobrevivido en nuestra identidad; esa madre interior nos refleja nuestras seguridades e inseguridades, nuestra capacidad para nutrir a los demás, o cuanto hambre aún tenemos que saciar. Así como hemos sido amados sabremos amar.

Así como hemos recibido podremos nutrirnos a nosotros mismos y nutrir a los demás. Ahora, si aún no sabemos amar porque no hemos recibido eso, será nuestra nueva tarea, independientemente de la edad, aprender a cubrir ese alimento emocional para poder brindarlo, tener bienestar y estar incluidos socialmente.

El reconocimiento de las necesidades y problemas emocionales

“En el libro “La Revolución de las Madres”, Laura Gutman (2014), pone en evidencia el origen de nuestros problemas afectivos, como personas criadas y crecidas dentro de un sistema patriarcal, ella dice que hemos devenido en adultos hambrientos de afectividad, seamos concientes o no. Lo sepamos o no lo sepamos.

Esto es porque asistimos  a una “sociedad de consumo” y nos resulta difícil detectar el nivel de consumo y adicción, que en diferentes manifestaciones todos compartimos. Consumir, significa introducir como fin en sí mismo, sin reconocer la necesidad efectiva y real de dicha “introducción”. Esta ingesta puede tratarse de algo material como la comida o de algo tan etéreo como el reconocimiento o el aprecio o el cariño.

Está desesperada necesidad de introducir tiene que ver con la calidad de maternaje que hemos recibido. Incluimos en la palabra maternaje no solo lo que la madre real haya hecho con nosotros, sino la totalidad de situaciones de amparo, cuidado y sostén que hemos recibido o no en nuestra primera infancia.

Pero en nuestro sistema social y patriarcal no hemos vivido experiencias suficientemente satisfactorias y placenteras. En este sistema las mujeres, son las encargadas de nutrir afectivamente a los niños, pero llegan empobrecidas, debilitadas y desnutridas a la maternidad.Esto va sucediendo indefectiblemente como una cascada de discapacidades para prodigarse amparo por parte de sus madres, que a su vez no fueron suficientemente maternadas por sus propias madres, que a su vez cargan con historias difíciles de soledad, abandono y desamparo por generaciones y generaciones.

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Esto hace que podemos “desplazar el pedido de afecto” de diferentes formas: enfermándonos, enojándonos, llorando, gritando, pegando, no durmiendo, comiendo, consumiendo…u otra opción posible es adaptarnos: es decir hacer de cuenta que no necesitamos aquello que necesitamos. Y así logramos sobrevivir.

Que hayamos sobrevivido disminuyendo las demandas, significa que hemos relegado a algún lugar sombrío las necesidades que no han sido satisfechas. Pero estas no desaparecen. Solo que no existen para la conciencia. No “sabemos” lo que necesitamos.

La vivencia más profunda, desplazada al inconciente, es la de seguir estando necesitados. Mientras tanto vamos creciendo alejados de nuestras genuinas necesidades personales, que ya no registramos, no conocemos ni reconocemos en nosotros mismos.

Hemos aprendido a satisfacer nuestras necesidades emocionales de contacto, mirada, comprensión, diálogo, aprecio, compañía, desplazándolas hacia sustancias, objetos o comportamientos que sí podíamos “incorporar”. Al no poder incorporar “mamá”, fuimos incorporando “sustitutos”.

Y no saberlo es el gran problema, porque seguimos introduciendo “sustitutos” y  ya no importa con la cantidad que nos atiborremos… siempre necesitaremos más. Lamentablemente aún obteniendo más dinero, más reconocimiento, más éxito no obtendremos nunca más “mamá”.

Aquí llegamos al nudo del problema, si estamos tan necesitados y hambrientos los adultos, ¿cómo vamos a hacer para maternar y paternar a los otros que llegan al mundo con una voracidad mayor que la nuestra? El circuito es el mismo, ofrecemos maternajes y paternajes pobres y obligamos a entrar en modalidades adictivas para satisfacerse y así la cascada, generación tras generación.

Si queremos cambiar esto, entonces empecemos a conocer que necesidades y problemas pueden estar presentes en todas las etapas de la vida y reconocer que son genuinas en sí mismas. Y si somos capaces de aprender a dar y recibir amor, entonces busquemos la forma de resolver lo que haya pendiente todavía, para que al menos las generaciones venideras puedan crecer satisfechas y seguras. Así cortaremos esta cadena de generaciones hambrientas y por lo tanto egoísta.

Aprender a elaborar las propias respuestas afectivas

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La presión del sufrimiento humano depende de cuán satisfechos estamos en términos físicos y emocionales. El amparo, el cuidado, la protección y el amor deben ser recibidos desde temprana edad para la constitución saludable de la psique, pero esto no niega la posibilidad de una tarea re-constitutiva en la adultez.

A menudo cuando como los adultos reclamamos  amparo, cuidado y protección puede interpretarse que se hace desde lugares infantiles e insatisfechos. Pero eso no significa que los adultos sean como niños. Eso es  falso. Hay una diferencia sustancial entre ser un niño y ser un adulto.

En nuestros pedidos personales los adultos venimos desplazando necesidades antiguas y no podemos pretender recibir desde un lugar de pasividad. El cambio está en la búsqueda de una re-constitución saludable y madura de la mente y el corazón, como adulto mayor,  involucrandonos total y activamente en pos del propio bienestar.

Lo único urgente que debemos hacer los adultos es emprender un camino de conocimiento personal y ser conciente del hambre sufrido y el hambre que perpetuamos.

Aunque conservemos improntas básicas del pasado que no podamos retomar y modificar totalmente; devenir adultos es reconocer y comprender profundamente eso que nos ha acontecido y decidir qué queremos hacer en nuestra vida de ahora en adelante. Es de hoy hacia el futuro. Desde ya. Tendremos que decidir si seguimos este camino aquí propuesto y comenzar a caminar en pos de un vida autorrealizada.

Fuente

GUTMAN, L. (2008). «La Revolución de las Madres». Bs. As. Ed. Del Nuevo extremo.

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